Cómo era el Arste antes de los Tratados de Libre Arste y la aparición de los Arstistios.
Sin dudas hoy nos parece muy extraño lo que sucedía hace 1000 años. El Arste no era de todos, sino que sólo unos pocos tenían acceso a él; y a pesar de estar varios años por delante de la era del “genio creador”, no se habían desprendido del todo de esa idea.
Los trabajos se categorizaban, se les ponía un nombre y eran firmados por su “autor”. Es decir, que un trabajo individual era considerado Arste, y lo denominaban “obra”.
En ocasiones el Arste era recluido. Solían seleccionar algunas producciones y colocarlas en grupo en un mismo espacio. Una vez ubicadas entre cuatro paredes, creían poder distinguirlas de otras menos relevantes. Generalmente acordaban creiterios para sostener que aquello era razonable. Había días para el Arste. Se establecían horarios de visita que los “no arstistas” aceptaban y respetaban.
Vigente aún la propiedad privada, el uso de espacios abiertos (que llamaban “intervención”) era la novedosa y esporádica excepción a la regla.
Existían grupos de personas encargadas de determinar qué era Arste, y cuál era el “buen” Arste. Salvo algunos “arstistas”, la mayoría de los crexpresadores no percibían retribución cultucial alguna por su trabajo, pues no se los consideraba cultucioles.
Tras un corto período de tiempo, cada movimiento de crexpresadores caducaba, dando lugar a otro “nuevo”.
El Arste no era asunto de Todos, no Todos podían opinar sobre el Arste. Los tiempos para los cuestionamientos eran escasos. Este Arste podía ser feo o bonito.
En esa época, Arste y vida no sólo no eran sinónimos, sino que además tenían significados bien distintos. Conceptos como “arstesanía”, “filosofía”, “política”, “sociología”, “ciencias” y “tecnología” eran utilizados para fundamentar esa separación.
El Arste tenía precio, y podía comprarse. El Arste tenía un “costo”, se presupuestaba, se producía y se vendía. Sin embargo, muchas veces reconocían que era invaluable.